En estos días, la popular y dicharachera alcaldesa de
Barcelona, Ada Colau, entre cuyas virtudes más destacadas no se encuentran la
prudencia ni el presunto seny catalán, del que tanto alardean cuando les
conviene, ha hecho una vez más al ridículo saliendo a la palestra de la manera
irreflexiva que es marca de la casa para poner a parir al almirante Cervera, al
que le han quitado su nombre de una calle, para poner otro más acorde con los
tiempos confusos que vivimos. Eso está pasando todos los días, en todas partes,
sólo que en este caso la alcaldesa de Barcelona se ha tomado la libertad de
enjaretar unas cuantas lindezas a cuenta de la filiación fascista y
conspirativa del almirante Cervera, durante su participación en el
levantamiento militar de 1936.
La señora Colau no sabía y, lo que es peor, ninguno de sus
numerosos asesores le informó de que el vapuleado militar había muerto a
comienzos del siglo (en 1909 exactamente) o sea, mucho antes de que Franco y
sus colaboradoras pensaran siquiera en dar el golpe de Estado.
Con motivo de esta tontería política, una más de las muchas
que están socavando la seguridad democrática del desconcertado pueblo español,
sobre Colau ha caído toda clase de improperios sin que ella haya tenido la
elegancia, el buen criterio y la sensatez de corregir sus estúpidos
comentarios, propios de una ignorante inculta.
Digo todo esto de la alcaldesa barcelonesa no por cebarme en
ella, sino para aludir a sus colegas regidores de un sitio del interior
mesetario, políticamente muy distantes de ella, pero coincidentes en su
ignorancia. Porque también aquí, en Cuenca, tenemos nuestro bochorno particular
solo que, a diferencia del de Barcelona, nadie, ni siquiera los militares,
organizaron ningún escándalo. Ocurrió la cosa en el año 2010, cuando los
concejales del Ayuntamiento de Cuenca, ignorantes de la historia de su ciudad y
de sus gentes, decidieron ser más progresistas que nadie suprimiendo el nombre
de Teniente González de la calle así llamada, entre Carretería y Colón. Y
encima, que es lo peor, lo hicieron aludiendo a la ley de memoria histórica y a
la conveniencia de suprimir del callejero nombres alusivos a los vencedores de
la guerra civil.
Pero sucede que el teniente Gregorio González Beamud había
muerto en el año 1922 y no participando en ninguna intentona golpista, sino
luchando en las colinas rifeñas próximas a Melilla, en la guerra contra los
musulmanes que se libraba en aquellos años. Murió, cuentan las crónicas
periodísticas, de manera heroica, al frente de una compañía del regimiento
Mallorca, actuando de manera tal que consiguió salvar a gran parte de su
columna, aunque él perdió allí la vida. Su ciudad natal le rindió un cálido
homenaje al bautizar con su nombre la calle que hasta entonces se conocía como
Callejón de la Misericordia. En aquel consistorio municipal figuraban liberales
y socialistas, entre ellos Rodolfo Llopis, que se sumó abiertamente a la
decisión.
Casi un
siglo después, la bobalicona ciudad de Cuenca le retiró la placa sin que en el
seno del Ayuntamiento hubiera ni un solo concejal que, conocedor de la
historia, ilustrara a sus colegas de la tontería que estaban cometiendo.
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