En ocasiones me pregunto por qué la sociedad, en general, y los estamentos rectores de la cosa pública, tratan de tan desigual manera a unos y otros, dando por supuesto que esos unos y otros a los que me refiero aparentan haber mostrado los mismos méritos para ser reconocidos. En vida ya se producen notables agravios pero la cosa es más llamativa cuando llega la muerte y comprobamos que hay casos donde la parafernalia oficial y oficialista se desvive en manifestaciones grandilocuentes, incluida la rápida designación de calles o rincones para recordar al fallecido mientras que en otros se produce un silencio muy llamativo. Naturalmente, la explicación es que ante la falta de criterios objetivos asentados en las instituciones, si hay alguien que da la vara exponiendo los méritos del muerto, los capitostes de la cosa pública asienten y entran al trapo.
Ha pasado
2017 y nadie, a ningún nivel, ha recordado que cien años atrás nació en Cuenca
Manuel Real Alarcón, profesor mercantil, crítico de arte, pintor y ceramista,
especializado en la elaboración de mosaicos, actividad que desarrolló en
Valencia, con obra expuesta en el Museo Nacional de Cerámica instalado en el
Palacio del marqués de Dos Aguas, aunque su obra literaria estuvo siempre
referida a la provincia de Cuenca, a la que también dedicó maravillosas series
de mosaicos. Aunque nacido en el centro urbano de la capital, en Carretería,
sus ancestros le vinculan a la Manchuela, escenario y paisaje que plasmará en
multitud de mosaicos en los que recoge no solo el entorno geográfico y urbano
sino también las faenas agrícolas que, en conjunto, forman un impresionante
muestrario de vivencias humanas y plásticas. En el Museo de Cuenca hay varias colecciones de mosaicos que
reflejan personajes y actividades laborales de la provincia, como madereros,
aguadores, pastores, etc., además de otra dedicada a castillos de la provincia,
con la que se organizó una exposición en el año 2001. En el Ayuntamiento de Campillo de Altobuey hay otra
serie dedicada a paisajes de la Manchuela. De sus libros recuerdo aquí y ahora Pueblos
de mi Cuenca y Cuenca apasionada, dos volúmenes que no
son de literatura barata, sino que aportan muy valiosas observaciones sobre su
tierra natal. La misma en la que no parece conservarse ninguna memoria de este
artista singular.
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