No abundan las películas rodadas en Cuenca y menos aún
las que ofrezcan un tema más o menos directamente relacionado con lo que sucede
por aquí. Hay muchas, ya lo sabemos, ambientadas en Uclés, en Belmonte, en la
Ciudad Encantada. Incluso algunas, muy pocas, en la capital, pero ninguna,
hasta ahora, que haya llevado el nombre de un pueblo a su título y que haya
sido rodada en sus calles y campos. Pozoamargo
cumple esos requisitos. La ha dirigido el mexicano Enrique Rivero y la
protagoniza un hombre del pueblo sin experiencia anterior en cuestiones
cinematográficas, Jesús Gallego, además de aparecer figurantes locales y, desde
luego, las calles del lugar, las tierras, la actividad vendimiadora e incluso
un caserío abandona y ruinoso. A su lado, Natalia de Molina tiene una breve
pero explosiva intervención, en la escena de más cálido erotismo de la
película.
Todo ello es positivo y encomiable. Lástima que la
película ha ido pasando sin pena ni gloria por las pantallas de los cines
españoles (en Cuenca ni siquiera se ha estrenado comercialmente, quedando la
proyección para una sesión del Cine Club Chaplin que, en este caso, como en
otros muchos) va al quite para cubrir las deficiencias de la programación
diaria) y tampoco ha merecido excesivos entusiasmos por parte de una crítica
que, en una abrumadora mayoría de los casos, está pendiente de objetivos que no
tienen nada que ver con sus presuntos criterios artísticos.
Pozoamargo no es una película totalmente lograda, pero tampoco
resulta fallida. Al contrario, presenta numerosos puntos de interés. El
elemento más flojo es la línea argumental, en la que aparecen más dudas e
incoherencias narrativas de las que serían deseables para ofrecer credibilidad
a una historia muy endeble. Jorge Rivero, que se lo ha hecho todo, debería
haber buscado apoyo en un guionista sólido para acertar a enhebrar una historia
creíble, sin fallos ni quiebros que rompen la solidez de la narración. La
plasmación visual de esa dubitativa historia es, sin embargo, bastante
aceptable, con momentos realmente brillantes. Pocas veces los campos manchegos
se habían visto tan bien recogidos, las labores de la vendimia y el vareo de la
aceituna llegan directamente al espectador, las calles del pueblo están ahí, la
segunda parte del film rodada en blanco y negro es realmente brillante, la
interpretación de Jesús Gallego, sobresaliente… Son cosas, detalles, que
deberían haber merecido una mejor acogida por parte de una industria siempre
quejosa pero tan poco atenta a todo lo que se hace.
Se ha criticado en algún sector la crudeza de algunas
escenas de la película. Son pocas, escasas incluso, pero necesarias, si tenemos
en cuenta que la historia gira en torno a la enfermedad venérea que sufre un
hombre, el protagonista, hecho que le lleva a buscar el retiro en un apartado
pueblo, lejos de las grandes ciudades, donde vivirá acongojado por un
sentimiento de culpabilidad permanente. Presunta crudeza que queda en mantillas
al lado de otras muchas delicadas cosas que vemos de manera cotidiana en cines
y televisiones, autorizadas para todos los públicos.
Con sus deficiencias y carencias, Pozoamargo es una película interesante, tanto más por su carácter
insólito en el adocenado cine español (en coproducción mexicana). Y, desde luego,
merecía haber tenido un tratamiento mejor que el proporcionado por los medios
informativos conquenses, en los que ha pasado totalmente desapercibida. Pero
esa, la de los medios informativos, es otra cuestión.
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