sábado, 15 de octubre de 2016

POZOAMARGO Y EL CINE



No abundan las películas rodadas en Cuenca y menos aún las que ofrezcan un tema más o menos directamente relacionado con lo que sucede por aquí. Hay muchas, ya lo sabemos, ambientadas en Uclés, en Belmonte, en la Ciudad Encantada. Incluso algunas, muy pocas, en la capital, pero ninguna, hasta ahora, que haya llevado el nombre de un pueblo a su título y que haya sido rodada en sus calles y campos. Pozoamargo cumple esos requisitos. La ha dirigido el mexicano Enrique Rivero y la protagoniza un hombre del pueblo sin experiencia anterior en cuestiones cinematográficas, Jesús Gallego, además de aparecer figurantes locales y, desde luego, las calles del lugar, las tierras, la actividad vendimiadora e incluso un caserío abandona y ruinoso. A su lado, Natalia de Molina tiene una breve pero explosiva intervención, en la escena de más cálido erotismo de la película.


Todo ello es positivo y encomiable. Lástima que la película ha ido pasando sin pena ni gloria por las pantallas de los cines españoles (en Cuenca ni siquiera se ha estrenado comercialmente, quedando la proyección para una sesión del Cine Club Chaplin que, en este caso, como en otros muchos) va al quite para cubrir las deficiencias de la programación diaria) y tampoco ha merecido excesivos entusiasmos por parte de una crítica que, en una abrumadora mayoría de los casos, está pendiente de objetivos que no tienen nada que ver con sus presuntos criterios artísticos.


Pozoamargo no es una película totalmente lograda, pero tampoco resulta fallida. Al contrario, presenta numerosos puntos de interés. El elemento más flojo es la línea argumental, en la que aparecen más dudas e incoherencias narrativas de las que serían deseables para ofrecer credibilidad a una historia muy endeble. Jorge Rivero, que se lo ha hecho todo, debería haber buscado apoyo en un guionista sólido para acertar a enhebrar una historia creíble, sin fallos ni quiebros que rompen la solidez de la narración. La plasmación visual de esa dubitativa historia es, sin embargo, bastante aceptable, con momentos realmente brillantes. Pocas veces los campos manchegos se habían visto tan bien recogidos, las labores de la vendimia y el vareo de la aceituna llegan directamente al espectador, las calles del pueblo están ahí, la segunda parte del film rodada en blanco y negro es realmente brillante, la interpretación de Jesús Gallego, sobresaliente… Son cosas, detalles, que deberían haber merecido una mejor acogida por parte de una industria siempre quejosa pero tan poco atenta a todo lo que se hace.
Se ha criticado en algún sector la crudeza de algunas escenas de la película. Son pocas, escasas incluso, pero necesarias, si tenemos en cuenta que la historia gira en torno a la enfermedad venérea que sufre un hombre, el protagonista, hecho que le lleva a buscar el retiro en un apartado pueblo, lejos de las grandes ciudades, donde vivirá acongojado por un sentimiento de culpabilidad permanente. Presunta crudeza que queda en mantillas al lado de otras muchas delicadas cosas que vemos de manera cotidiana en cines y televisiones, autorizadas para todos los públicos.
Con sus deficiencias y carencias, Pozoamargo es una película interesante, tanto más por su carácter insólito en el adocenado cine español (en coproducción mexicana). Y, desde luego, merecía haber tenido un tratamiento mejor que el proporcionado por los medios informativos conquenses, en los que ha pasado totalmente desapercibida. Pero esa, la de los medios informativos, es otra cuestión.


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