Ha celebrado el PSOE conquense el centenario de su
llamémosle fundación, porque en realidad lo que sucedió hace 101 años, en 1915,
es que en la prensa local empezaron a aparecer las primeras noticias sobre la
existencia de una Agrupación Socialista que, podemos imaginar, estaba formada
por apenas unas docenas de personas vinculadas al mundo laboral, con alguna
pretensión reivindicativa y con muy escasa preparación ideológica. Esto último
sólo llegará cuando en 1919 aparezca en Cuenca alguien ciertamente singular, el
profesor Rodolfo Llopis, llegada a la ciudad para hacerse cargo de la cátedra
de Geografía en la Escuela Normal. Dotado de una personalidad realmente
asombrosa y polifacética, en pocos meses se convirtió en un elemento destacado
de la docencia, del periodismo, de la inquietud cultural, de la política y, en
fin, dotó de la fuerza necesaria al incipiente socialismo conquense para
sacarlo de la situación de retiro apagado en que se desenvolvía para llevarlo a
ser una fuerza de activa presencia y conseguir así las dos primeras concejalías
en el Ayuntamiento de Cuenca.
Con lo que está cayendo sobre el PSOE en conjunto la
elección de estas fechas para celebrar el centenario no deja de tener su
ironía. El partido, que llegó a ser el más potente y mejor cohesionado de la
democracia española, se rasga en estos momentos entre fracciones, ambiciones,
vanidades, egoísmos y, sobre todo, una inmensa confusión sobre cuál es el mejor
camino a seguir entre los desgraciados avatares con que este país está siendo castigado.
Es cierto que el desconcierto socialista no es mayor que el de otros,
incluyendo al errático Podemos, del que nunca se sabe si va o viene, pero en
este caso duele más porque desde una izquierda serena, razonable, coherente,
ambiciosa a la vez que arriesgada, podríamos esperar la luz suficiente para
iluminar los turbios caminos por donde camina la vida nacional. Pero no es cosa
de llorar constantemente por nuestras desgracias. Como si no pasara nada, el
PSOE de Cuenca celebra que cumple 101 años, sin velitas ni canciones
patrióticas y sin poder adivinar, ni de lejos, qué futuro le espera.
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