No
es precisamente Cuenca una ciudad en que se haya cuidado mucho eso que técnicamente
se denomina estatuaria urbana o sea, la dotación de esculturas con que se
procura adornar, enriquecer, embellecer (o cualquier otro sinónimo parecido) la
por lo general fría dotación urbanística (tráfico, contenedores, asfalto,
aceras rotas, gentes con prisa) de una ciudad. No las hay en número ni tampoco
en calidad u originalidad. Están, por un lado, las clásicas de Marco Pérez en
el parque de San Julián o de Leonardo Martínez Bueno, en la plaza de san Nicolás
y la República Argentina; la deliciosa virgencilla de Fausto Culebras en la
calle Madre de Dios y poco más, más otras cuantas, muy pocas, modernas,
incluyendo el monumento a la Constitución, de Gustavo Torner y las que van
aportando las cofradías nazarenas.
En
ese escaso repertorio había una (y es triste escribir en pasado) que me pareció
siempre especialmente original y con unas líneas bellísimas, una suerte de
ondulaciones entrelazadas, suavemente apoyadas entre sí, que daban forma a una
estructura metálica sutil y delicada, cuyos perfiles delineaban una figura
espiritual ante los fríos bloques de vulgar arquitectura. Un toque de
delicadeza, en la áspera rotonda de acceso a la urbanización construida en la antigua Resinera desde la calle Antonio Maura. Allí la
puso el Ayuntamiento que, además, tuvo el detalle de identificarla (cosa que,
por cierto, no ocurre con las demás), dando fe de quien había sido su autor:
Jesús Molina.
Diré algo de él, ya que estamos. Jesús Molina (Cuenca, 1949
/ Madrid, 2010) alcanzó en vida una relativa fama, situando obras en espacios
urbanos, como el
Homenaje a Lisstzky del Puente de Ventas, Los Paseantes
en Vallecas y el homenaje a las víctimas de Mauthausen-Gusen en la Ciudad
Universitaria, de Madrid. Hay obras suyas en el Museo de Cuenca, en el de Alcalá
de Henare, en la sede de la UIMP también en Cuenca y en otros espacios urbanos
de diferentes ciudades. Como se puede ver por las fechas de su cronología, murió
joven y eso interrumpió una obra prometedora.
Hace
unos días, el 18 de marzo,
la escultura de la Resinera se cayó por, según los técnicos municipales,
encontrarse la base en mal estado por el desgaste de los materiales,
descartando que fuera derribada en un acto vandálico como inicialmente se llegó
a pensar. El Ayuntamiento ha retirado la escultura y la ha guardado en
los almacenes municipales donde permanecerá ad calendas graecas, mientras se
estudia a partir de este momento la forma de reparar la obra y volverla a
montar, un trabajo que, dicen, presenta la dificultad al no poder contar con la
ayuda del artista.
Es
cierto que hubiera sido mucho mejor que Jesús Molina estuviera vivo para
rehacer el montaje de su trabajo aunque hubiera sido mejor aún que la escultura
no se cayera, pero una vez que la cosa ha sucedido tampoco debería haber
especiales dificultades en rehacerlas y unas manos diestras seguro que lo harían
bien, teniendo a la vista las fotos del original.
En
todo caso, ahí queda, sin más comentarios hirientes (qué ciudad, a la que se le
caen las esculturas), la que fue escultura de Jesús Molina, arriba tal como
estaba y abajo tal como ha quedado después de la caída..
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