Los anglosajones han descubierto
a La Roldana y, como siempre que sucede tal cosa, ahora el mundo entero se
lanzará a participar de tan notable hallazgo. Lo cuenta Margot Molina en El País, ese periódico que antiguamente
era el oráculo de todas las verdades y que algunos seguimos leyendo pese al
disgusto que nos provocan muchas de sus páginas (en el fondo y en la forma). No
es este el caso que hoy me ocupa. En resumidas cuentas: las obras de Luisa
Roldán, sevillana de nacimiento, hija del escultor Pedro Roldán, se han
convertido en objeto de deseo para templos del arte como el Metropolitan o la
Hispanic Society, de Nueva York, el Victoria and Albert de Londres o el Museo
Paul Getty, de Los Ángeles, y ello, como dice la autora del artículo, ha traído
consigo una resurrección de la artista en su propio país, donde dormitaba en
los amables almohadones del olvido.
Hay un sitio en el que tal cosa no
ha ocurrido. El nombre de La Roldana ha estado siempre muy vivo en el corazón
de Sisante, cuyo convento de clarisas conserva un espectacular Nazareno que
desde hace tres siglos es considerado una de las joyas del arte afincado en la
provincia de Cuenca. Así lo reconoce también el historiador y conservador de la
Hispanic Society, Patrick Lenaghan, en una conferencia pronunciada hace unos
días en el museo del Prado, en la que destacó, entre los hallazgos de Luisa
Roldán, esta impresionante escultura sisanteña.
No está mal que se produzca esta
reivindicación artística y tampoco que ello sirva para la puesta en valor tanto
del nombre de Luisa Roldán como del convento que alberga la figura de su más
conocido Nazareno.
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