Lo más
importante y destacado de la 56 edición de la Semana de Música Religiosa es que
ha podido celebrarse. Si retrocedemos las miradas un poco hacia atrás, apenas a
lo que pasaba y se decía hace un mes, podemos decir, con satisfacción, que los
agoreros, interesados unos, sinceros quizá otros, no han visto cumplirse sus
profecías ni tampoco las zancadillas han surtido más efecto que algún revolcón
a destiempo. Ni siquiera las previsibles angustias económicas derivadas del
cuantioso déficit y deudas (son dos cosas diferentes) acumulados por la
anterior dirección del festival han podido enturbiar el desarrollo de la
Semana, entre otras cosas porque las administraciones, en este caso, además de
molestarse unas a otras acudieron a solventar las cuestiones dinerarias a
tiempo de que los conciertos y sus actividades paralelas pudieran ponerse en
marcha.
La
programación ha suscitado algunas controversias. Los detractores del nuevo
director han sacado a relucir una amplia batería de críticas, entre las que hay
algunas cargadas de razón. Por ejemplo, el fácil recurso a momentos
espectaculares siempre propicios al éxito fácil, como el concierto del viernes
santo con el Réquiem Alemán, de
Brahms, oído tantas veces que algunos ya casi se lo saben de memoria, o el bellísimo
Stabat Mater de Rossini, que siempre
se agradece, como también han sido bien recibidas las propuestas selectivas,
minoritarias (el violonchelo de Gaetano Nasillo, por ejemplo, en el Espacio
Torner).
La gran
apuesta de la nueva dirección es la Academia de la Semana de Música Religiosa,
formada por una orquesta y un coro de marcada presencia juvenil y un
desbordante entusiasmo en la interpretación. Tantos los conciertos como las
actuaciones reducidas en otras iglesias han venido a demostrar que el invento
tiene posibilidades aunque a la vista de experiencias anteriores son
comprensibles las dudas que se plantean ante la efectiva viabilidad de la
agrupación. Habrá que esperar a los anunciados conciertos próximos (junio,
octubre y noviembre) para poder comprobar en qué queda realmente la experiencia
A los
escépticos de primera hora, vinculados quién sabe por qué tipo de lazos
afectivos con la anterior directora, les ha venido bien la inclusión en el
programa de una propuesta tan discutible como la ofrecida el sábado con la
sorprendente presencia en el escenario del Teatro-Auditorio del Cántico espiritual preparado por Amancio
Prada y estrenado, como él mismo se encargó de recordar, hace nada menos que la
friolera de 40 años. Recuperar ahora un montaje realmente obsoleto y fuera de
lugar en el marco de la Semana de Música Religiosa, a pesar del potente
acompañamiento del coro de RTVE, no parece que se pueda incluir entre los
aciertos del nuevo programador de quien se puede temer, como dice el crítico
Manuel Millán de las Heras, “que podría legitimar este tipo de ocurrencias en
los años sucesivos”.
Más
vale que no. Estos experimentos valen una vez y no más.
Con
todo, admitiendo las circunstancias anómalas en que se ha desarrollado esta
edición, empezando por la precipitada elección de Cristóbal Soler, el escaso
tiempo disponible para prepararla y las dificultades que acompañaron sus
primeros pasos, no hay más remedio (y es justo) que darle un margen de
confianza y ahora, con un año de perspectiva por delante, esperar a ver cual es
el planteamiento y desarrollo de la próximo edición.
De
esta, como digo al comienzo, lo importante es que se ha podido celebrar. Y no
ha sido poco.
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