Leo en El Mundo, su periódico de todos los
días, que Raúl del Pozo publica (o le publican, que es más correcto decir) un
nuevo libro, El último pistolero, en
Círculo de Tiza, antología elegida entre los artículos aparecidos en su columna
diaria, en la última página (o contraportada, que dicen algunos) en ese mismo
periódico, rincón de privilegio visual que heredó a la muerte de quien lo
ocupaba, Francisco Umbral.
No quedan
ya, me parece, muchos escritores de artículo por día (aunque descanse los fines
de semana). Yo lo estuve haciendo durante años y se perfectamente cuales son
las miserias y las mieles de semejante ocupación, con una preocupación que
empieza en el mismo momento en que uno abre los ojos por la mañana y se
encuentra con la perspectiva de tener que buscar un tema para el comentario, a
la que sigue otra no menos inquietante y que Raúl del Pozo explica con una
frase rotunda: “Lo mío con el estilo es
una lucha despiadada”, que sin duda no comprenderán los que se lanzan
alegremente a la escritura diciendo de corrido la primera barbaridad que se les
ocurre y sin corregir ni una coma.
Del nuevo
libro que ahora se anuncia no me gusta el título, aunque entiendo perfectamente
el sentido, como es natural en alguien que, como yo, siente devoción
inmarchitable por el western, pero en los convulsos tiempos que corren quizá
habría que hacer apelaciones más claras al diálogo y el respeto y menos a las
pistolas o cualquier otro signo de violencia. Algo que tiene sentido total
sabiendo que tras ese libro y esas páginas hay un hombre radicalmente pacífico,
que ama la vida con profunda devoción.
Raúl
del Pozo es un periodista integral y ese es su terreno natural, aunque a veces
haya realizado inmersiones en la literatura. En su quinta novela, Ciudad levítica (2001), la acción se
ambientó en Cuenca, si bien este nombre no se escribe ni pronuncia una sola
vez, pero todas las referencias internas aluden a esta ciudad de nuestros
pesares. La última publicada, El reclamo,
ganó el premio Primavera en el año 2011
y fue un título que recibió escaso eco en el embarullado sistema de la crítica
en medios periodísticos quizá porque, como escribió Carmen Rigalt, “el silencio es un arma cargada de
intenciones (luego dirán del periodismo basura)” antes de afirmar,
rotundamente, que Raúl del Pozo es el último escritor del siglo de oro.
Como tantos
otros escritores o artistas, conserva en la memoria y en la retina la esencia
de Cuenca. Lo repite ahora, en un tono suave, cadencioso, no sin un punto
emotivo, cuando el periodista le pregunta qué conserva de su tierra natal: “El lenguaje y el paisaje. Lo poco que sé y
con lo que me defendí me lo ha dado Cuenca. Ese idioma limpio como las piedras
del río. Ese castellano que es historia, que es Castilla. El sitio de los
maquis, los pastores, los resineros. Mi niñez dorada de cazador furtivo”.
Mariana a Cuenca en bicicleta, para sus estudios en el Instituto Alfonso VIII hasta el año 1955, siendo compañero de cursos.- El a
ResponderEliminarescribir y yo a la Facultad de Derecho de la Complutense.-