Es difícil
comentar la obra, el trabajo, incluso la personalidad de alguien con quien se
ha convivido tanto tiempo, en tantas (y en ocasiones adversas) circunstancias
que la proximidad, la cercanía puede obnubilar el sentimiento más o menos
objetivo con el que es preciso elaborar cualquier análisis literario. De todos
los escritores que forman el universo literario conquense, incluyendo los que
ya no están, ninguno está tan próximo a mí como José Ángel García, en un
devenir vitalista que nos ha hecho compañeros de viaje durante más de cuarenta
años. Nacido en Madrid en 1948, licenciado en Ciencias Biológicas y Periodista,
llegó a Cuenca en 1974 para hacer las prácticas de la carrera, en el viejo Diario de Cuenca y allí lo recibí,
cuando yo ya estaba curtido en los trapicheos de teletipos, linotipias y
maravillosas máquinas de escribir con cuyo sonido podía atronarse la escueta
redacción. Vino, como tantos otros, para pasar aquí un verano y ya se quedó en
la ciudad, integrándose en la plantilla de Radio Nacional de España. Desde
siempre alterna el ejercicio del periodismo, sea escrito o radiofónico, con la
literatura, sobre todo en el ámbito poético.
Proclive
a realizar excursiones culturales a través de las más variadas propuestas, las ha
hecho en el terreno de la poesía experimental, en los guiones cinematográficos,
colaborando con Segundo Santos y Miguel Ángel Moset en maravillosos libros
elitistas pero bellísimos, en instalaciones o perfomances; en fin, en cualquier
territorio capaz de ofrecer sugerencias para esa inagotable capacidad que tiene
para penetrar en lo desconocido. Pero aunque le atrae siempre lo novedoso
individualista también ha estado dispuesto a participar en publicaciones en que
periodismo y literatura se dan la mano, sea en volúmenes de autoría compartida
como “Semana Santa de Cuenca” (1977),
“Cuenca, cosas y gentes” (1979), “Del alegato a la fiesta” (1979) , “La ciudad de la luz y del aire” (2002)
o “José Luis Coll: in memoriam”
(2007) o en trabajos en solitario como “Insistiendo
en la excelencia” (2006) centrado en la figura del pintor y escultor
Gustavo Torner.
Pero no es de eso de lo que quiero hablar aquí sino
de uno de sus libros más recientes, poesía en estado pura. Comparto, con
Francisco Mora, la opinión de que la de José Ángel García es una de las voces
poéticas más personales surgidas en Cuenca durante el siglo XX, dotada a la vez
de una profunda inmersión en los vericuetos del alma humana, cuyos sentimientos
desbroza con calculada sutileza y de un riquísimo entramado verbal, en el que
el sustrato barroco se cubre de una hojarasca modernista, creativa,
extraordinariamente sugerente. El libro en cuestión se titula Papel de aguas y lo ha editado Añil
Literaria, con fecha 2014. Es un texto pausado, sincopado, que se lee en un
salto de tiempo, aparentemente directo, sencillo, de pocas palabras pero en su
forma sugestiva se encuentra la trampa mortal en que el lector queda atrapado
porque tras esa primera lectura, de un vistazo casi, tal como están dispuestos
los versos, es preciso volver al principio y releer otra vez cada palabra,
ahora con sosiego y quizá desasosiego también, buscando el íntimo significado
de cada vocablo, casi todos ellos ambivalentes y que al relacionarse con el
vecino provoca una tal complejidad de sensaciones que introduce una extraordinaria
dificultad comprensiva en el conjunto del aparente sencillísimo, casi visual,
poema.
Tal como éste, por poner un ejemplo:
en
perpetua pelea
consigo misma
analiza la
conciencia
los
equívocos
fundamentos de
su
desconcierto
Palabras para leer, pensar, meditar, analizar,
desmenuzar mientras el lector cae en la deliciosa trampa lírica y metafísica
que el autor proponer para incrementar nuestro disfrute.
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