Estos días hemos conocido la noticia de que el potente
grupo empresarial español Globalia (turismo, hoteles, transportes, servicios) ha
conseguido del ministerio de Fomento la licencia que le autoriza la prestación
de servicios de transporte de viajeros por ferrocarril, convirtiéndose así en
la primera firma que podrá competir con Renfe, hasta ahora titular del
monopolio. Sabemos ya, de antes, que la primera línea que va a ser habilitada
para esa competencia es la del AVE de Madrid a Valencia por Cuenca. Como no soy
ni técnico en ferrocarriles ni empresario, desconozco por completo los motivos
que llevan al gobierno a concedernos esa prioridad cuyo resultado,
probablemente, será ventajoso. Lo será si supone la existencia de mayor número
de servicios y más baratos, que es lo que siempre se espera cuando hay dos
empresas en competencia.
Si fuéramos todos muy optimistas, si creyéramos vivir en
el mejor de los mundos posibles, pensaríamos que ahora, a lo mejor, a alguien
(¿el ministerio? ¿las empresas? ¿el Ayuntamiento?) se le cae la cara de
vergüenza por el impresentable aspecto del camino que comunica la ciudad con la
estación del AVE y por el más impresentable aún infame sistema de transporte
urbano. Pero ni siquiera aspiro a tanto. Me conformaría con una pequeña cosa.
Resulta desolador entrar en la estación del AVE y
encontrar que todos, absolutamente todos los presuntos despachos están cerrados
siempre, sin servicio. No hay un miserable cafetería en que tomar eso, un café
y unas magdalenas, no hay un kiosko de prensa, incluso cerraron el local que al
comienzo ofrecía un escaparate con los productos locales. Mientras esa imagen
desgraciada despide o recibe a los viajeros, nuestros ilustres políticos
engarzan un discurso con otro hablándonos de las maravillas del turismo, de
programas de promoción, van a Fitur a hacerse la foto, anuncian folletos y nos
cuentan un camelo detrás de otro. Pues si quieren fomentar el turismo y hacer
que esta ciudad ofrezca un aspecto respetable hagan una cosa muy sencilla:
abrir los espacios comerciales de la estación Fernando Zóbel. Aunque no vendan
nada, aunque pierdan dinero. Tampoco lo ganan haciendo folletos y carteles o
montando ferias fastuosas y no paran de hacerlo. Es hora de cambiar la imagen
pública de Cuenca ofrecida a través de esa estación para sustituirla por otra
más alegre, vistosa y dinámica. No se puede vender progreso, belleza y turismo
con todos los espacios cerrados a cal y canto. Es una situación que produce
vergüenza, al menos a los ciudadanos de a pié.
Ojalá la competencia empresarial ayude a cambiar esa
desastrosa imagen.
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