Hace
unos días se ha proyectado públicamente, después de mucho tiempo de permanecer
almacenado y casi en el olvido, el documental Cuenca, dirigido por Carlos Saura, en la que fue su primera
película. Antes de ella, sólo había realizado un breve cortometraje, como
práctica de final de curso en la Escuela de Cine. Esperaba alguna reacción
pero, al parecer, sólo el silencio ha venido a suceder a esta notable
experiencia, algo muy diferente de lo que ocurrió en su estreno en nuestra
ciudad.
En
1958, Carlos Saura emprende en Cuenca una singular empresa cinematográfica, que
habría de tener honda repercusión en la historia del cine español. Cuenca es el primer gran documental,
dicho en sentido moderno, realizado en nuestro país, rompiendo los moldes
vigentes hasta entonces cuando se consideraba que una película de ese género
debería tener un carácter propagandístico de interés turístico, limpio, por
ello, de cualquier connotación crítica. Con ese espíritu encargó el trabajo el
Ayuntamiento de Cuenca, en acuerdo adoptado el 24 de septiembre de 1956;
específicamente se le pedía “un proyecto
de guión y presupuesto para la filmación de un documental cinematográfico sobre
Cuenca”. El texto del guión estaba ya en manos del Ayuntamiento un par de
meses más tarde y fue entregado a una comisión especial para su estudio. Saura,
entonces recién titulado en la Escuela Oficial de Cine, asumió la tarea con una
óptica muy diferente a la que esperaban quienes se las prometían muy felices
con un vehículo publicitario en soporte cine.
La primera proyección de la película
en Cuenca provocó una auténtica tormenta de opiniones, en su mayoría
desfavorables. El estreno tuvo lugar en el Cine Club Palafox, el 16 de
noviembre de 1958; la proyección fue precedida de una presentación a cargo de
Carlos Saura, quien explicó las líneas maestras en que se había basado para la
realización, analizando los diversos elementos que había tenido en cuenta para
la organización de su trabajo.
Como resumen y reflejo de la impresión adversa producida en un sector del
público, el periódico Ofensiva recogía
un larguísimo artículo de un prohombre bien conocido en la ciudad, Bonifacio
Enrique Benítez, que luego sería concejal de Cultura en el Ayuntamiento quien
no oculta ni disimula en forma alguna su pensamiento, apelando, de entrada, al
habitual sentido localista y patriótico que suelen inspirar los asuntos que no
son del bondadoso agrado de todos porque “como
conquense que siente a su tierra en lo más hondo, me considero en la obligación
de exponer estos comentarios, sin otra finalidad que la de remediar en lo
posible lo que consideramos fallos de la película, aunque solo sea porque a
través de este documental va a conocer el resto de España, y posiblemente el
extranjero, a una Cuenca que no es la auténtica” y añade: “Sinceramente creemos que no se ha sabido
captar en él la esencia de la Cuenca verdad”. O sea, las rocas, los ríos,
la belleza, el paisaje, los bailes regionales, el morteruelo, las Casas
Colgadas, la Ciudad Encantada. Esa es, a juicio de muchos, la verdad. Y si
hablamos de la Semana Santa, “¿Dónde está
recogido en el documental el fervor religioso de todo un pueblo, el orden y
silencio de nuestros desfiles, su desnuda pero impresionante sencillez?”. Y
así, en esa línea, el señor Benítez continúa argumentando la crítica, desde el
honor conquense ofendido por la impureza de unas imágenes a lo que se debe
añadir “como un fracaso sin paliativos su
banda sonora”, y que “el texto es
pobre, sin alma ni emoción”, encima mal leído, porque “no hay un solo momento en que la voz monorrítmica y falta de matices
de Francisco Rabal nos emocione o nos cautive por lo que describe”.
Cuenca es un documental basado
en la realidad, tal cual era en esos momentos y por eso rompió los moldes del
género tal como estaba vigente en España, donde el monopolio del sector lo
ejercía el No-Do con su triunfal y bondadosa recreación cotidiana de la imagen
de un país ficticio, donde no había problemas ni dolores.
Me pregunto, ahora que ha vuelto a ser visionado, cuál es la impresión,
el impacto sensorial, las opiniones, del público de hoy, sesenta años después
de haber sido realizado. Estoy convencido de que sigue existiendo un sector
convencido de que la propaganda turística exige que todo sea limpio, bonito,
reluciente, sin mácula. Me gustaría creer que el tiempo ha hecho evolucionar a
la sociedad y que las nuevas generaciones se mostrarán más abiertas, dispuestas
a enfrentarse con la realidad, tal cual es, sin aditamentos ni photoshops
correctores. En cualquier caso, guste verlo o se prefiera el juego del
avestruz, la película de Saura es un ejercicio de realismo. Así era Cuenca
entonces y eso es lo que en ella se ve.